La siguiente introducción al Pastor de Hermas es un extracto de los primeros párrafos de la introducción a este mismo escrito que se encuentra en el libro “padres apostólicos” de Daniel Ruiz bueno.

En los siguientes links podrás encontrar el texto completo del Pastor de hermas en sus 3 secciones principales

El Pastor de Hermas – Visiones

El Pastor de Hermas – Mandamientos

El Pastor de Hermas – Parábolas

Introducción al Pastor de Hermas

El Pastor de Hermas es uno de los libros más interesantes, más sorprendentes y de más extraña hechura que nos legó la remota cristiandad del siglo II, tiempo, a la verdad, en que se escribía y hablaba menos de lo que se obraba y vivía, bien al revés del nuestro, por mal de nuestros pecados.

Y si ha de hablarse propia y derechamente de libros, este del Pastor de Hermas es el único, de los escritos de los Padres Apostólicos que, por su extensión y composición, merece nombre y categoría de libro; categoría, válgase lo que valiere, a que no puede aspirar ni el esbozo de catecismo que es la Didaché, ni la extensa carta primera de San Clemente a los corintios, ni las admirables epístolas ignacianas, palpitantes de sangre enardecida por ansia del martirio, ni el pulido discurso (conservase, desde luego, mutilado) corrientemente conocido con el nombre, no exacto, de Carta a Diogneto, ni obra, en fin, alguna, tan interesantes todas por varios conceptos, anterior a los apologistas.

Este libro, que tan extraño se nos presenta por su materia y por su estilo, por su fondo y por su forma, fue de los más universalmente estimados de la antigüedad cristiana y uno de aquellos que anduvieron durante siglos rondando el canon de las Escrituras divinamente inspiradas; y de hecho, cabe la palabra divina del Nuevo Testamento, durmió, en su texto griego, el largo sueño del olvido en el famoso Codex Sinaiticus, que se remonta, como es sabido, al siglo IV, y fue descubierto por Tischendorf, con estupor del mundo, el año de 1859.

Mas como de todos los libros lo afirma el dicho latino: Habent sua fata libelli, este del Pastor de Hermas tuvo también los suyos, y de libro tenido por divinamente inspirado fue pasando, en largo ocaso, a libro totalmente discutido, lo mismo en su vida primera de la antigüedad cristiana que en su nueva epifanía de los tiempos modernos. El Pastor de Hermas fue, en verdad, según la clásica expresión de Eusebio, un antilegómeno non. Tratemos de seguir rápidamente las oscilaciones y variaciones de su favor y desestima, de su gloria y olvido.

Pastor de Hermas y los Padres de la Iglesia

Escrito por el Pastor, como luego discutiremos más cumplidamente, a mediados del siglo II, los Padres y doctores de la Iglesia no se cansan de citarle, hasta que se pierde su memoria en las primeras nieblas de la Edad Media. De San Ireneo nos dice Eusebio que no sólo conoce el Pastor de Hermas, sino que lo acepta por Escritura, y alega sus palabras:

“Hermosamente, pues, habla la Escritura, que dice: Ante todas las cosas, cree que hay un solo Dios que creó y ordenó todas las cosas y los demás (καίτά λοιπά) 2.”

Clemente Alejandrino hace amplio uso del Pastor de Hermas en sus Stromateis o Tapices, y sin duda lo tuvo también por Escritura divinamente inspirada. Por lo menos, introduce una de sus citaciones con estas palabras: “Divinamente (θείως) la Potencia que habla por revelación con Hermas: Las visiones —dice— y las revelaciones se dan por causa de los vacilantes, de los que andan discurriendo en sus corazones si estas cosas son o no son”

Clemente acepta la extraña opinión de Hermas, que no halló ningún otro eco en los Padres, de que los Apóstoles y maestros que predicaron el nombre del Hijo de Dios, aun después de muertos, predicaron en potencia y fe a los justos anteriormente muertos (Strom. II, 10), alegando un largo pasaje del Pastor de Hermas (Sim. IX, 16), en el que Hermas sienta, por decirlo así, su teoría, que es como sigue: Sin llevar el sello del Hijo de Dios, que se imprime por el bautismo, no es posible entrar en la construcción de la torre, símbolo de la Iglesia, ni, consiguientemente, en la vida eterna. Pero como aquellos primeros, que habían muerto en grande santidad y pureza, no llevaban sobre sí ese sello, fue menester que lo recibieran de los Apóstoles para ajustarse así, como piedras escogidas, a la construcción de la torre. Extraña consecuencia, sin duda, pero que nos prueba la idea que de la necesidad absoluta del bautismo profesa Hermas y, con él, la Iglesia de su tiempo. El alejandrino sigue también el sentir de Hermas sobre la única penitencia segunda. El pasaje (Strom. II, 12) no peca, por cierto, de demasiada claridad.

“El mismo Pastor dice que la penitencia es una gran inteligencia, pues el que hace penitencia sobre sus obras no vuelve a obrar ni hablar como antes y, atormentando su alma por sus pecados, se dedica a bien obrar. Así pues, el perdón de los pecados difiere de la penitencia; sin embargo, lo uno y lo otro nos demuestra que está en nuestra mano.

Ahora bien, el que recibió el perdón de sus pecados no ha de pecar más, pues lo recibió en la primera y sola penitencia de los pecados, y ésta ha de ser de los anteriormente cometidos en la vida gentil y primera, quiero decir, la vivida en la ignorancia. Luego se propone penitencia a los llamados, la cual limpia de sus delitos el lugar del alma, a fin de que se consolide la fe.

Porque como sea el Señor conocedor de los corazones y previsor de lo por venir, previó desde el principio la inconstancia del hombre y el contraataque y astucia del diablo; el cual, envidioso del hombre por perdonársele los pecados, había de poner a los siervos de Dios algunas ocasiones de pecar, con la refinada malicia de que caigan también éstos juntamente con él. Así pues, el Señor, siendo como es de gran misericordia, estableció otra penitencia — la segunda — a los que, aun dentro de la fe, caen en algún pecado. Si alguno, pues, tentado después del llamamiento, fuere forzado y engañado, todavía puede tomar otra penitencia, que no debe repetirse (αμετανόητος) 4.

Sigue a Clemente, y aun le supera, en aprecio y estimación del Pastor, el grande Orígenes, cuyas citas se reparten por muy diversas obras suyas y en muy crecido número 5. De entre ellas hay que hacer particular mención de su comentario a Rom. 16, 14, en que San Pablo saluda personalmente a varios personajes de la Iglesia romana, entre los que aparece un Hermas: Saludad a Asíncrito, Flegonte, Hermes, Pairabas, Hermas y los hermanos que están con él. Y comenta Orígenes:”

“A todos estos se les dirige un saludo sencillo y nada insignificante se dice en su alabanza. Por mi parte, opino que este Hermas sea el autor del libro que se titula el Pastor, escritura que a mí me parece muy útil y, a lo que creo, divinamente inspirada. Ahora, la causa por que el Apóstol no le tributa ninguna alabanza parece ser porque, según la tal escritura pone de manifiesto, Hermas se convirtió a penitencia después de muchos pecados; y por eso, ni le infamó con reproche alguno, como quien sabía la Escritura que manda no injuriar al hombre que se convierte de su pecado, ni le tributa tampoco alabanza alguna, pues todavía estaba bajo el ángel de la penitencia, por el cual, en el momento oportuno, debía nuevamente ser presentado a Cristo” (In Rom., X, 31; Migne, PG 14, 1282). Este testimonio es interesante por varios conceptos: por la identificación del Hermas de Rom. 16, 14, con el autor del Pastor; por la inspiración divina que Orígenes le atribuye, y por la fe que presta a la realidad de sus visiones. Fijándonos solo, por ahora, en la inspiración, notemos que Orígenes se da cuenta que está emitiendo una opinión personal, ut puto, que no todos comparten, y de hecho son varias las citas en que se hace cargo que su opinión no es universalmente aceptada. “… Sed et in libello Pastoris, si cui tamen scriptura illa recipienda videtur” (Hom. in Num.). La misma fórmula de limitación en Hom. I in Ps. 36: “… sicut Pastor exponit, si cui tamen libellus ille suscipiendus videtur”. Aleguemos otra citación íntegra: “Si se nos permite, para suavizar este punto, alegar el testimonio de una Escritura que corre en la Iglesia, pero no es por todos unánimemente reconocida por divina, puede aducirse lo que dice el Pastor de algunos que son puestos, apenas creen, bajo la tutela de Miguel, del que se apartan luego por amor del placer, y se pasan al ángel del deleite, luego al del castigo, tras el cual son entregados al ángel de la penitencia” 6. Finalmente, en De principiis (IV, 2, 8) nos afirma Orígenes que el Pastor es libro “despreciado por algunos”.

“De ahí que nosotros interpretamos también en este sentido que en el libro del Pastor, despreciado por algunos, se manda a Hermas, sobre que escriba dos cuadernos y anuncie luego a los ancianos de la Iglesia lo que aprendió por revelación del Espíritu. Lo que dice es como sigue: Escribirás dos libritos…” (Herm., Vis. II, 4).

El péndulo de las opiniones hacía pasar la obra de Hermas del extremo de libro divinamente inspirado al de engendro de falsario y digno de desprecio, pasando por el término medio de los que sólo le tenían por lectura edificante, señaladamente para la iniciación en la fe y piedad cristiana. Esta posición media representa Eusebio, quien, en los comienzos del siglo IV, nos atestigua que el libro, cuyo autor, siguiendo a Orígenes, identifica con el Hermas de Rom. 16, 14, era discutido por unos y tenido por otros como muy necesario para quienes habían de iniciarse en los elementos de la fe:

“Mas, puesto que el mismo Apóstol, en los saludos al final de la carta a los romanos, hace mención, entre otros, de Hermas, de quien dicen ser el libro del Pastor de Hermas, es de saber que también éste se discute entre algunos (άντιλέλεκται), por lo que no es posible ponerlo entre los admitidos unánimemente, y por otros es juzgado muy necesario para quienes tienen necesidad de iniciarse en los elementos de la vida cristiana; de ahí que sabemos ser públicamente leído en algunas Iglesias y he hallado que algunos de los más antiguos escritores se valen de su testimonio” (HE, III, 3, 6).

Más adelante, en su famoso catálogo de los libros inspirados, pone Eusebio al Pastor de Hermas decididamente entre los espurios, es decir, libros a los que por ningún concepto se les puede reconocer carácter de inspirados (HE, II, 25, 4).

Por lo decidido de su monoteísmo y alguna idea trinitaria propicia a la confusión, parece ser que los arrianos quisieron arrimar a su herejía el testimonio del viejo Hermas; pero el hecho de que San Atanasio cite por tres veces justamente ese pasaje, de la más rigurosa profesión de fe en Dios uno, prueba que este monoteísmo de Hermas no ofrecía sospechas sobre su fe trinitaria, a la verdad, no del todo clara y precisa, como más adelante se discutirá.

San Atanasio ya excluyó al Pastor de Hermas (De decretis Nic. Syn. 18) del canon, aunque sabe que algunos citan su testimonio. Sin embargo, en su Epístola festalis hacia 367, lo enumera entre los libros que, sin haber entrado en el canon (sin haber sido canonizados), fueron propuestos por los Padres para ser leídos por aquellos que acaban de entrar en la Iglesia y desean ser instruidos en la palabra de la piedad. Uno de ellos, junto con la Sapientia Salomonis, es el Pastor de Hermas.

Dídimo el Ciego, gloria de la escuela catequética de Alejandría (f. h. 398), también menciona el Pastor y la imagen de la construcción de la torre: “El impío pasa su vida en la casa de la maldad, infregado a la disolución, según las piedras puestas fuera de la construcción, que no se ajustaban a la construcción de la torre, como dice el Pastor (Vis. III, 2, 8; cf. Migne, PG 29, 1141).

El autor del Opus imperfectum in Matth. XI, X, 28, hom. 33, una obra del siglo IV, cita a Sim. IX, 15, haciendo referencia a las vírgenes que custodian la torre: si tamen placet illa Scriptura omnibus Christianis (Migne, PG 56, 829).

Entre los latinos, si bien la suerte del Pastor de Hermas no fue tan próspera como entre los griegos (lo cual resulta sorprendente tratándose de un libro romano), quizás debamos tomar con cierta reserva la afirmación de San Jerónimo de que era casi desconocido. O tal vez debamos limitarla a su tiempo, cuando ya había comenzado a disminuir su popularidad. En su obra De vir. ill., escribe, siguiendo como era habitual a Eusebio:

“Hermas, de quien hace mención el Apóstol Pablo escribiendo a los romanos: Salutate Asyncritum, Phlegontem, Hermen, Patrobam, Hermán et qui cum eo sunt fratres, aseguran que es autor del libro titulado El Pastor de Hermas, y que se lee públicamente en algunas Iglesias de Grecia. En realidad, es un libro útil, y de él alegan testimonios muchos escritores antiguos; pero entre los latinos es casi desconocido.”

San Agustín, en efecto, no lo conoce. Sin embargo, la existencia de dos versiones latinas, una de las cuales tuvo que seguir muy de cerca la aparición del original, pues lo conoce o supone Tertuliano, y las no tan escasas citas de escritores latinos, prueban que también el Occidente se recreó y edificó en las suaves visiones y discretas enseñanzas de Hermas, quien, al cabo, escribió en Roma.

El primero, pues, que entre los latinos alega el Pastor de Hermas, y justamente con el título de Escritura, es el ya mencionado Tertuliano, antes de su conversión al montanismo. La cuestión es completamente anodina: sobre si se debe o no orar sentado. Hermas no tenía escrúpulo de hacerlo en cualquier postura y en cualquier lugar. Sobre lo cual discute el doctor africano:

“Sobre que algunos, al tiempo de la oración, tienen costumbre de sentarse, no veo la razón, si no es que Hermas, cuya Escritura comúnmente se titula El Pastor, se sentó sobre su cama, terminada la oración. Mas eso no debe ciertamente proponerse a la imitación. Por lo demás, lo que sencillamente dice el texto es: Como hubiese adorado y me hubiera sentado sobre mi cama… Lo cual está puesto con miras al orden de la narración, no de la disciplina. En otro caso, no habría que adorar en ninguna parte que no hubiera una cama; es más, obraría contra la Escritura el que adorase en una silla o en un banco” .

Montanista ya, y separado de la Iglesia, lo anatematiza como Pastor moechorum que, como tal, tiene que defender su grey de adúlteros: Est utique receptior apud Ecclesias Epistola Barnabae (es decir, la carta a los Hebreos) illo apócrifo Pastore moechorum (De pud. XX).

La idea de una segunda penitencia saca de quicio a este feroz abogado africano, que no puede oír hablar de la bondad de Dios:

“Dios es bueno; a los suyos, no a los paganos, abre su seno; la segunda penitencia te recibirá; volverás a ser, de adúltero, cristiano. Así me hablas tú, intérprete benignísimo de Dios, y yo te daría la razón si la Escritura del Pastor de Hermas, quae sola moechos amat, hubiera merecido ser recibida como instrumento, si no fuera puesta por toda la universidad de las Iglesias, aun las vuestras— dice a los católicos—, entre los libros apócrifos y falsos, adúltera ella misma y defensora, por ende, de sus compañeros. Por ella te inicias también de otros modos; tal vez piensas que te defenderá aquel Pastor de Hermas que pintas en el cáliz, prostituidor también él del nombre cristiano, con razón ídolo de la embriaguez y asilo del adulterio que ha de seguir después del cáliz, del que nada beberás con tanto gusto como la oveja de la penitencia segunda.