Muchos han oído sobre la santa inquisición católica, pero muy pocos conocen de la inquisición protestante y su violencia. La propaganda protestante ha distorsionado enormemente el concepto de la santa inquisición, a la vez que oculta sistemáticamente toda la crueldad de la inquisición protestante. Aquí te contamos la otra cara de la moneda que el protestantismo no te cuenta

LECCION XI

DE LA INQUISICION DE LA IGLESIA CATOLICA.

P: ¿Es cierto que la Iglesia católica quiere hacer abrazar la fe, valiéndose del dogal, de la espada y del fuego?

R: ¡Tenéis unas ideas muy originales! Este modelo de persuadir a la gente por medio de la fuerza se deja para los turcos y para los protestantes; mas, nunca podrá atribuirse a la Iglesia, que no quiere hijos esclavos, sino libres.

P: Pues si es así, ¿con qué objeto fue instituido el horrible tribunal de la Inquisición, que por espacio de tantos siglos hizo correr a ríos la sangre humana, que encendió tantas hogueras, y sacrificó tantas víctimas inocentes?

R: Todo esto son meras patrañas y cuentos que habréis oído referir a los protestantes, o habréis leído tal vez en alguna novela o folleto.

P: No, no; aquí no sirve el tergiversar ni disfrazar las cosas. Se trata de hechos públicos y que sabe todo el mundo: ¿Cómo os atreveréis a negarlos redondamente?

R: Pues yo repito, que cuanto decís son sueños de los novelistas, e invenciones de los protestantes.

P: Pero en suma, ¿es verdad, o no, que en Roma y en todos o casi todos los Estados de la Italia, y también en otros países, especialmente en España, había tribunales de la Inquisición e inquisidores?

R. Todo es mucha verdad; y aun añado, que en algunos parajes existen todavía en la actualidad estos inquisidores; y donde no hay especialmente diputados, los Obispos mismos son los inquisidores natos.

P. Ah, ah! Gracias a Dios, que al fin me concedéis una cosa! Ahora bien; ¿es verdad o no que a los inquisidores se les deben denunciar los herejes, los sospechosos de herejía, y los que dicen blasfemias heréticas o cometen otros delitos semejantes, y que los inquisidores juzgan y deciden en lo tocante a la fe?

R. Sí, también esto es verdad.

P. Luego también lo será, que los tribunales de la Inquisición han condenado a la cárcel y a la hoguera tantos centenares de infelices, sin otro delito que sus opiniones especulativas.

R. Oh! no: esto es falso bajo todos conceptos; y os lo probaré en dos palabras. El tribunal de la Inquisición es realmente un tribunal eclesiástico, instituido para juzgar las causas relativas a la fe, a fin de que ésta se conserve siempre pura e intacta en el pueblo fiel. Toda sociedad tiene el derecho y también el deber de mantener intactas y firmes sus instituciones substanciales y fundamentales; y si la Iglesia dejara que todos pudieran sembrar libremente entre el pueblo cristiano errores contrarios a la fe, fuera muy fácil que viniera a perderse toda verdad religiosa, causando daños inmensos en las conciencias y en las almas. La Iglesia es la sociedad más perfecta que se conoce; su fin próximo es el conservar en toda su pureza e integridad el depósito de la santa fe, y por lo mismo, debe proceder contra los que quieran alterarla o destruirla; a cuyo fin fueron creados los tribunales de la Inquisición, con el objeto de que velaran sobre los perturbadores y los propagadores de herejías y de impiedades.

P. Que la Iglesia puede valerse de los inquisidores para examinar y decidir qué opiniones son buenas o malas relativamente a la fe, os lo concederé buenamente; ¿mas por qué razón se muestra tan cruel contra quien no tiene otro crimen que el sostener alguna idea diversa y se empeña en hacerle creer por fuerza?

R. Si os tomáis esta cosa tan a pecho, tened un poco de paciencia y lo entenderéis. Ante todo, no estará demás que sepáis que jamás herejía alguna ha salido a la palestra ni se ha propagado sin haber traído a la sociedad el desorden y la agitación, y aun no pocas veces, la rebelión abierta. De aquí es que el poder civil de muchos países católicos, queriendo conservar la paz del Estado, contó entre los más delitos contenidos en su código el de herejía y novedades religiosas, decretando en consecuencia las penas correspondientes contra los reos de tan perniciosos crímenes. Pero como el poder civil no puede ser juez competente en cosas de fe, encargó su examen a los jueces eclesiásticos, reservándose para sí el derecho de aplicar los castigos que él mismo había fijado en el código para los varios grados de tal o cual otro delito. Es preciso, pues, no confundir el fallo de los inquisidores con el rigor de las penas impuestas y mandadas cumplir por el poder civil.

P. Ya lo entiendo, y a decir verdad, no hay por qué quejarse, observándose lo mismo en el caso de peste. Declaran los médicos que tal enfermedad es epidémica o contagiosa, y el poder civil establece el cordón sanitario a fin de que el contagio no inficione el país. Mas, lo que todavía no acierto a concebir es por qué motivo se imponían penas tan severas para castigar simples opiniones. ¿Cómo se explica esto?

R. Muy fácilmente, con solo que rectifiquéis esas ideas torcidas que tenéis tan encasquetadas. Observo que vos siempre dais el nombre de opiniones, simples opiniones, convicciones, a máximas y doctrinas, las más perniciosas para la fe y para la sociedad. La Iglesia jamás ha procedido contra las opiniones, mientras han quedado ocultas en el interior de la conciencia o en la imaginación exaltada de quien las profesaba; pero ha procedido siempre y procede aún contra ellas cuando salen al aire libre, se comunican y se propagan entre los demás. Y advendrá que el poder civil hace lo propio, contra los que andan sembrando máximas subversivas y capaces de trastornar el orden social. Haced que en un país cualquiera, por libre que sea, ataque un periodista la Constitución del Estado, y lo veréis condenado a pagar una multa y a tantos meses, o quizás años, de cárcel, sin que sirva de excusa al pobre escritor la ley de libertad de imprenta. Por lo que toca a la severidad de las penas establecidas contra el crimen de herejía, depende en gran parte de la índole de los tiempos, de las diversas costumbres entre las naciones, y de la clase de errores. En los siglos pasados era reputada muy adecuada al delito de herejía la pena de muerte, y aun la de hoguera; y así es que la vemos impuesta por los códigos de casi todas las naciones, especialmente en Alemania, en Ginebra y en Inglaterra, esto es, entre los mismos protestantes. He dicho que la severidad de tales castigos depende también del carácter de las naciones, siendo algunas de ellas más rígidas que otras en la aplicación de las penas; así, vemos que las ejecuciones por delitos de herejía fueron mucho más raras en Italia que en España. En cuanto a Roma, no hay ejemplo de que se haya ajusticiado a alguno por solo herejía, o en todo caso son escasísimos. Bien lejos de esto, distintas veces trataron los Sumos Pontífices de mitigar el rigor con que se procedía en España, y de disminuir las ejecuciones, que eran demasiado frecuentes: lo que os probará que los Papas y la Iglesia no son culpables en lo más mínimo de lo que haya hecho en España o en otras naciones el poder civil. Dije por último, que depende el rigor del castigo de la naturaleza de los errores; puesto que algunos de ellos son prácticos, y atacan directamente las buenas costumbres y la moral pública, y por consiguiente son reprimidos y castigados con mayor severidad. En resumen, la labor de la Inquisición no fue la de perseguir y castigar a la gente por sus creencias o pensamientos, sino más bien la de proteger la integridad de la fe y la moralidad pública de la sociedad cristiana. Aunque la severidad de las penas puede parecer excesiva desde nuestra perspectiva actual, debemos tener en cuenta que reflejaba la mentalidad de la época y las normas sociales y religiosas de entonces. En cualquier caso, es importante recordar que la Inquisición no representó la totalidad de la Iglesia ni de la religión cristiana, y que sus acciones no necesariamente reflejaron los valores o la conducta de los fieles y líderes religiosos en general.

P: Ya empiezan a aclararse mis ideas, y conozco que nunca es del caso precipitarse en formar juicio sobre una cosa, por mas que en la apariencia tenga todos los visos de verdad. Quisiera que me dijerais ahora, ¿de qué manera y en qué casos acostumbra el tribunal de la Inquisición proceder contra los herejes, y si a estos debe castigarles el poder civil?

R: El tribunal de la Inquisición y el poder civil deben proceder contra el crimen de herejía, cuando el error o el cisma están en su principio y procuran difundirse en detrimento, no menos de la fe que de la tranquilidad pública. Pero si el error prevalece ya, y se establece de tal suerte, que si se le quisiera reprimir, se sacaría un fruto contrario, entonces tiene lugar la teoría de la tolerancia civil, que en algunos casos es indispensable para el sosiego del país. Con esta distinción, comprenderéis desde luego lo que a primera vista parece contradictorio. Por ejemplo, los cánones de muchos Concilios, en especial los del Lateranense 4.°, deben entenderse de la época en que empiezan a cundir las herejías en un país; en cuyo tiempo, siendo pocos los herejes, el mal puede impedirse fácilmente. Mas, citando un caso concreto, cuando en el siglo xiv tomó cuerpo en Italia la secta de los fraticelli, el Papa Juan XXII fue el primero en hacer la guerra contra ellos, porque su secta no había logrado aún arraigar, ni se había extendido por todos los Estados. Luego, cuando el mal fue mayor, Clemente VII tuvo que variar de sistema y proceder con tolerancia civil. Bien lejos de esto, distintas veces trataron los Sumos Pontífices de mitigar el rigor con que se perseguía a los herejes; y el Concilio de Constanza, al establecer el medio de volver al seno de la Iglesia, declaró que no era necesario emplear contra ellos la fuerza del brazo secular. En cuanto a si el poder civil debe castigar a los herejes, respondo que no solamente debe, sino que es el deber que tiene. El poder civil no puede consentir en la difusión del error en su país, porque esta difusión es perjudicial a la tranquilidad pública, y porque la herejía misma es un delito. ¿Qué cómo debe proceder el poder civil? Esto no entra en el objeto de nuestra conversación.

P: Bah, bah! ¿Qué queréis que os diga? Tengo para mí que vuestra explicación no es más que un subterfugio para quitar a la Inquisición su odiosidad.

R. Pues estáis muy equivocado, amigo mío; porque tan lejos está de serlo, que antes bien, los hechos públicos y constantes prueban la verdad de mis palabras. No hay mejor intérprete de los cánones de los Concilios contra los herejes que la misma Roma, dentro de cuyas murallas, precisamente, se celebró aquel Concilio Lateranense que tanto aterroriza a los protestantes. Ahora bien: no solo no los trata Roma con el rigor que parecería indicar aquellos cánones, sino que les ofrece cordialísima acogida. A Roma acuden reformados de todas las naciones, bien sea por mera curiosidad, o bien para estudiar las bellas artes; son admitidos entre los académicos de S. Lucas; en una palabra, disfrutan de los mismos privilegios que los católicos en igualdad de circunstancias. A buen seguro que no habrá nadie en toda la ciudad que cause a los protestantes la menor molestia, con tal que se ciñan tan solo a profesar el culto de su propia secta. Lo único que se les prohíbe es buscar prosélitos por medio de sus Biblias truncadas y falsificadas, o de cualquier otro modo. Y esto, no me negaréis vos, que es un deber de todo país católico, y muy particularmente de Roma, cabeza de toda la cristiandad. Estos son hechos palpables, amigo mío; y demuestran cuán absurdos son, y cuán ridículos, los temores y las quejas de los protestantes contra la Inquisición. ¿Si tanto la temen, cómo se atreven a ir a Roma en tan crecido número en todo tiempo del año?

P. Ya se ve que estas razones no tienen réplica; pero bien, seamos francos: ¿no es verdad que los reformados, en sus países, son mucho más tolerantes para con los católicos?

R. ¡Nada menos que eso! Si los protestantes tuvieran sombra de vergüenza, deberían ruborizarse al ver la completa contraposición que hay entre su proceder y el de los católicos. Con efecto, aquellos eternos detractores de la Inquisición, que siempre están ponderando sus horrores, son precisamente los que han establecido, dondequiera que gobiernan, tribunales de odiosa inquisición y de delación contra todo el que profesa, aunque sea ocultamente, la religión católica. En Holanda subsistieron estos sangrientos tribunales por espacio de dos siglos; en Inglaterra, fueron perseguidos los católicos y tratados con indecible barbarie durante tres siglos enteros; y el código inglés está manchado aún con los atroces castigos con que se conminaba a los que profesaran el catolicismo. Bien es verdad que estas leyes, en el día, no están vigentes; pero también lo es que no todas están abolidas, y pueden restablecerse siempre que al gobierno se le antoje. Esta cruel severidad dura todavía en Suecia y Dinamarca; y en los demás países protestantes, como Ginebra, el gran ducado de Baden, toda la Sajonia reformada, los Principados de Alemania; y, en una palabra, en todos los puntos donde domina la Reforma, son increíbles los vejámenes y ultrajes de toda clase de que son objeto los católicos, aun en nuestros días. Existe además una diferencia enorme entre ambas religiones; a saber, que en el catolicismo el examen del error pertenece a la Iglesia, mas la ejecución del código civil contra los no creyentes, incumbe al brazo seglar; mientras que en el protestantismo, siendo uno mismo el Príncipe y el Papa o la Papisa, el mismo tribunal es el que falla la causa y manda ejecutar la sentencia. Así es que la Reina Isabel de Inglaterra hizo quemar vivos a muchos por crimen de herejía, y los obispos anglicanos de Londres y de York hicieron otro tanto. Calvino mandó morir en la hoguera a Servet, y de este modo obraron muchos otros heresiarcas.

P: En verdad que jamás hubiera creído oír cosas semejantes. Pero señor, siendo así, ¿Cómo se atreven los modernos protestantes a echar siempre en cara a los católicos su Inquisición, cuando sus amigos los reformados han sido y son mil veces más crueles? Esto es faltar del todo a la honradez y al pudor. Mas, antes de terminar este asunto, os pido que me digáis dos palabras acerca de la célebre matanza llamada de S. Bartolomé, en la que fueron asesinados en Francia tantos herejes.

R: Voy a satisfaceros, valiéndome siempre para apoyar mis asertos de la misma autoridad de los religiosos:

1° Aquella abominable carnicería no fue tanta como se dijo en el principio.

2° Fue un crimen puramente político, con el que nada tuvo que ver la religión; prueba de ello es que muchos herejes se salvaron refugiándose en los palacios de los obispos, en los conventos y en las casas de los sacerdotes.

3° Aquellos asesinatos fueron provocados por los que poco antes habían cometido los herejes, siempre turbulentos y rebeldes, y singularmente por los de Amboise, Meaux y otros, en donde fueron inmolados más católicos que herejes en la noche de S. Bartolomé. A esta misma matanza habían precedido cinco guerras civiles; tuvo lugar después de la toma de varias fortalezas que por traición habían caído en poder de los hugonotes, después que tantos sacerdotes y religiosos habían sido degollados y asesinados tantos fieles mientras estaban celebrando sus funciones religiosas y durante las solemnes procesiones en las calles de París, Pamiers, Rodez, Valence, etc. De suerte que aquello fue una venganza muy culpable, es verdad, pero nacida de un furor exasperado hasta lo sumo, por las inauditas crueldades que sin cesar cometían los hugonotes o calvinistas en toda la Francia contra los católicos. He aquí en sustancia la historia exacta de la tan cacareada matanza de S. Bartolomé.

P. Esta es la primera vez que oigo hablar de cuanto acabáis de decirme. Ahora conozco que es menester no fiarse jamás de ciertas gentes que, con voz llorona y compasiva, se quejan del carácter cruel de los católicos. Quienes son realmente crueles son los reformados, que persiguen sin cesar a la Iglesia y luego afectan tener el candor e inocencia de un chiquillo.

R. Haréis muy bien en no creer, de hoy más, a ciertos escritores vendidos al partido de la mentira, a los protestantes y a los protestantizantes; porque si los escucháis, de seguro que os venderán gato por liebre, como suele decirse, sin avergonzarse de mentir con el mayor descaro en la mitad del día. Por lo demás, los reformados, y solo los reformados, son los que, cuando no consiguen embaucar propalando mentiras, tratan de propagar con la violencia sus extravagantes doctrinas. Por esto, os he dicho en el principio de esta lección que a los herejes y a los turcos está reservado exclusivamente el privilegio de persuadir su falsa religión por medio de la fuerza.