¿Pueden salvarse los protestantes? ¿Cuándo sí y cuándo no? ¿Qué es la ignorancia invencible? ¿Qué sucede con los que nunca oyeron del evangelio ni la iglesia católica? Esto y más en el transcurso del video.
Los contenidos son tomados del siguiente libro:
LECCION XV.
DE LA CONDENACION SEGURA DE LOS APOSTATAS DEL CATOLICISMO.
P. Decidme, ¿es cierto que todos los protestantes se condenan?
R. No cabe duda alguna de que se condenan todos los que son protestantes formales, esto es, aquellos que saben y conocen que están fuera de la única Iglesia verdadera, que es la católica; los que la combaten, calumnian, y tratan de arrebatarle sus hijos; todos estos se condenan de seguro. puesto que es dogma o artículo de fe, que no hay salvación fuera de la Iglesia. Solo la ignorancia invencible puede servir al hombre de escusa ante Dios.
P. ¿Qué entendéis por ignorancia invencible? TL Aquel estado del alma en virtud del cual vive el hombre en buena fe, es decir en la plena seguridad de que su Religión, que se llama cristiana, es la verdadera: y en este concepto son protestantes de buena fe aquellos que jamás han llegado a concebir la menor duda, al menos seria, a cerca de la falsedad de su Religión. Así es que, si después de haber examinado la cosa detenida y concienzudamente, persisten en creer con toda sinceridad que el protestantismo es bueno, sin habérseles ocurrido cosa alguna en contrario; también en este caso puede decirse que viven en buena fe. Estos se hallan realmente escudados delante de Dios; con tal, empero, de que le .sirvan del mejor modo que sepan, observando los preceptos de su ley santa, y esperando que han de salvarse por los méritos de Jesucristo.
P. ¿Os parece que serán muchos los protestantes que viven en tal ignorancia y buena fe?
R. Esta es cosa que solo a Dios es dado saber, puesto que él es el único que lee en nuestros corazones. Pero si es que en asunto tan difícil de dilucidar nos es permitido aventurar alguna conjetura, en cuento a mí, opino que se encuentran muchos de estos protestantes de buena fe entre las personas toscas y de poca instrucción, como entre la gente del campo, los artesanos y otros por el estilo. No os parezca, sin embargo, que a estos basta para salvarse la ignorancia invencible y la buena fe; sino que es menester además que sepan, cuando menos, los principales misterios de nuestra Religión, y los crean formalmente, que tengan esperanza y caridad, y un verdadero dolor de sus pecados. La desgracia es que los más de ellos, general mente hablando, están faltos de todo esto en sus falsas sectas; de donde resulta, que aun para aquellos reformados que lo son de buena fe, se hace sumamente difícil el salvarse.
P. ¿Y los que del Catolicismo se pasan a las filas de la Reforma, pueden tener esta ignorancia invencible? R., ¡Vaya que me aturde vuestra pregunta! Es un absurdo el solo pensarlo. ¿Cómo queréis que tenga ignorancia invencible acerca de la verdadera Iglesia él que ha nacido y ha sido instruido y educado en ella, y la abandona por mero odio, vendiendo su alma por un pedazo de pan, y haciendo con ella un tráfico infame para seguir la vida de los impíos y malvados?
P. Generalmente hablando, ya lo supongo así; mas, ¿no podría darse el caso de que alguno se resolviera realmente a profesar la religión protestante, como resultado de la profunda convicción que hubiese adquirido leyendo la Biblia o algún otro sabio escrito de los reformados, o en fin, tuviera alguna otra buena mira?
R. No; para un verdadero católico es imposible. El, con efecto, sabe por la fe, que Dios ha constituido a su Iglesia maestra infalible de verdad, y que por consiguiente huye de la verdad todo el que vuelve las espaldas a la Iglesia; y como quiera que contra la verdad no puede haber convicción, de ahí nace que la que tiene el apóstata ni es profunda ni ligera. Si hablamos de la Biblia, claro está que conteniendo la palabra de Dios, esto es, la misma verdad, jamás puede dirigir a nadie contra la que enseña la Iglesia; y bajo este supuesto, el error está de parte de quien lee la Biblia sin entenderla. Por lo que mira al protestante, este nunca puede llamarse docto cuando se opone a la Iglesia docente; lo que sí, es ignorante o presuntuoso, o quizás ambas cosas. Repugna por último, y hasta os diré que es imposible, que un católico se haga protestante con buen fin: esto fuera lo mismo que suponer que uno puede cometer un pecado enorme, proponiéndose un fin recto.
P. ¿Con que, según vos, ningún católico que abandone su religión por la reformada, puede ya esperar la salud eterna?
R. Yo no digo tanto: afirmo sí y lo sostendré siempre, que para ningún católico que se hace protestante hay salvación, a no ser en el caso de que sinceramente arrepentido antes de morir abjure sus errores. Fuera de este único caso, es cierto con certeza de fe, que cuantos católicos abrazan el protestantismo están irremisiblemente condenados por toda la eternidad.
P. ¿Por qué decís, que esta condenación es cierta con certeza de fe?
R. ¡Oiga! porque es evidente que Dios lo ha revelado. ¿Acaso no es de fe, que no hay salvación para el que muere culpablemente fuera de la Iglesia? Acerca de esto no puede caber la menor duda. Ahora bien; estos miserables apóstatas mueren culpablemente fuera de la Iglesia; es pues de fe que se condenan. Además, es de fe también, que se condena el que muere en pecado mortal; en este caso se encuentran los que mueren en el cisma o en la herejía voluntaria; luego es de fe que para ellos no hay remedio.
P. ¿Qué queréis que os diga? Esta máxima me parece de una intolerancia muy cruel, y ajena de la bondad de Dios.
R. No por cierto; tan lejos está de ser máxima de intolerancia, que antes bien es una verdad de fe, plenamente conforme con la recta razón. Basta no ser ateo para persuadirse de ello. Dios no puede ser indiferente acerca de la sumisión que le es debida; por lo mismo, habiendo enseñado a los hombres la verdadera Religión, de ninguna manera puede transigir con otra falsa, inventada por el capricho de los hombres, y subrogada por su orgullo inconcebible a la que él mismo se dignó comunicarnos. Si Dios obrara de otro modo, protegería la mentira, y premiaría a los que se le rebelan: cosa que, como ya conoceréis, repugna sobremanera. Decir que esta es cosa cruel y ajena de la bondad de Dios, es una verdadera blasfemia, porque Dios reveló precisamente todo lo contrario. Si leéis la Biblia, hallaréis estos textos: El que no creyere, será condenado, Al que no oyere a la Iglesia, tenlo como un infiel y un publicano. El que os escucha a vosotros, a mí me escucha; el que os desprecia a vosotros, a mí me desprecia. Otros semejantes.
P. Ya veo que Tenéis razón; más debo deciros francamente, que no puedo persuadirme de que hayan de perderse eternamente cuantos abracen el protestantismo; porque, al fin y al cabo, no tienen otro delito que el seguir diversa opinión en cosas de fe.
R. He aquí justamente lo que dicen los incrédulos e indiferentistas, para encubrir con bellas palabras su impiedad. Pero, amigo mío, Dios, como lo habéis visto ya, ha establecido lo contrario. Ahora bien, ¿Quién de los dos tendrá razón? ¿Bastará para trocar absolutamente los decretos del Todopoderoso, la loca ilusión que quieren hacerse a sí mismos estas gentes, para creer únicamente lo que cuadra a sus pasiones y vivir a sus anchuras sin ningún género de remordimientos? Tampoco los búhos y murciélagos pueden ver el Sol; pero deja por esto de brillar a pesar suyo? Lo que ellos llaman opiniones son verdaderas herejías, negaciones de la fe, villanos y maliciosos errores contra las verdades que Dios ha revelado, y nos enseña la Iglesia santa. Por consiguiente, no hay otro recurso que, o permanecer buenos católicos, o condenarse. ¿Para qué necesita el Señor de semejantes apóstatas? ¿No ha condenado a tantos idólatras e infieles? ¿Pues qué preferencia deben tener éstos sobre aquellos?
P. Poco a poco; no os acaloréis: yo encuentro entre unos y otros muchísima diferencia; porque aquellos eran paganos e infieles, y estos son cristianos, creen como nosotros en Jesucristo, adoran como a su Padre al mismo Dios, y le invocan todos los días como los católicos, rezando el Padre nuestro. ¿Cómo podéis, pues, poner en parangón a los protestantes con los paganos?
R. Quiero que sepáis que los apóstatas del Catolicismo son peores que los mismos paganos e infieles, puesto que estos pecaban por ignorancia, culpable, sí, y por eso no les sirvió de escusa, porque al fin era ignorancia, pues realmente en ella vivían, comparados con los cristianos. más los apóstatas pecan tan solo por malicia, y por malicia diabólica, como que pretenden hacer servir su apostasía para fines humanos e impíos. Afectan llevar el nombre de cristianos y se empeñan en que se les tenga por tales, del mismo modo que manifestaban igual empeño los infames Gnósticos y los Carpocracianos. Protestan que creen en Jesucristo; pero a su manera, es decir, sin cuidarse poco ni mucho de averiguar quién .es ese Salvador. Afirman que Dios es su Padre; y apenas tienen de él una noticia muy vaga, s más de que jamás dirigen hacia él sus pensamientos. Bien que si lo miramos atentamente, mienten en cuanto dicen, porque no puede tener a Idos por Padre el que no reconoce por Madre a la Iglesia. Jesucristo nos manda que a estos tales los tengamos por infieles, ¿y El había de tejerlos por cristianos? ¿No conocéis que esto es un absurdo?
P. ¿Pero, hay menos, ¿no os parece que el amor a la patria es un buen fin, al cual debe sacrificarse todo?
R. Os contestaré con otras dos preguntas. ¿Os parece, en primer lugar, un buen negocio el de vender el alma al demonio, y perderse para siempre por el mayor bien o interés de este mundo? Y en segundo lugar, ¿creéis que a esta clase de gente la mueve realmente el amor patrio? Si lo pensáis así, digo que os equivocáis de medio a medio: no, no; por más que quieran persuadirlo así a los incautos para embaucarlos, no se mueven los protestantes por amor de la patria, sino por amor de sí mismos, a sí mismos se buscan; a sí mismos, y a nadie más. Sabéis qué sucedería si estos apóstatas consiguieran introducir y aclimatar en América su malhadada Reforma? Lograrían tan solo desgarrar las entrañas de estas pobres Repúblicas, dividirlas y subdividirlas con odios profundos, implacables y eternos. Y en efecto, ¿Qué bien se puede esperar de los impíos? O mejor dicho, ¿Qué mal no debe temerse de ellos?
P. Todavía me queda una dificultad. ¿El pecado de apostasía es o no lo mismo que los demás pecados?
R. ¡Oh! no; no es lo mismo: hay mucha diferencia entre los demás pecados, por graves que sean, y la apostasía de la fe. Es cierto que los católicos que pecan por fragilidad o por malicia, obran muy mal, y se hallan también en estado de condenación. Conservando, empero, la fe en su corazón, aunque muerta en aquellos momentos; sin embargo permanece, como permanece debajo de tierra la raíz del árbol seco. Así es que, pasado el primer ímpetu de las pasiones, la fe empieza otra vez a obrar, hace que retoñen con más fuerza los remordimientos, y contribuyendo en ello el Señor con los poderosos auxilios de su divina gracia, vuelve a reverdecer, de la misma manera que germina en la primavera el grano que durante el invierno estuvo enjuto y amortiguado. En esta raíz de la fe se encuentran infinitos socorros para convertirse; y a buen seguro que no es el menor de todos el uso de los Sacramentos, con los que se vuelve el alma a Dios por medio del arrepentimiento y de la reconciliación. Por el contrario, el que renuncia a la fe, lo pierde todo; no le queda ya medio de entrar otra vez en su deber, puesto que le falta el uso de los Sacramentos, y todos los demás consuelos de nuestra santa Religión. Solo un milagro de la gracia es capaz de llamar al buen camino al desdichado apóstata; y ya sabéis que los milagros suceden muy de tarde en tarde; por lo mismo, también muy de tarde en tarde suele verificarse la conversión de algún apóstata. En su mayor parte acaban sus días en la impenitencia final, y por consiguiente se condenan.