¿Indulgencias Católicas? Te explicamos qué significa una Indulgencia plenaria, Indulgencia parcial, Indulgencia papal, etc. Estos son términos muy mal entendidos por protestantes e incluso por católicos también y que fueron una de las principales razones de la reforma protestante. En este video respondemos preguntas tales como ¿Cuál es el significado de indulgencia plenaria? ¿Cómo conseguir una indulgencia plenaria? ¿Abusos en las indulgencias en la reforma protestante? Martín Lutero y la venta de indulgencias

Los contenidos son tomados del siguiente libro:

LECCION X.

DE LOS ABUSOS QUE SE IMPUTAN ALA IGLESIA CATOLICA.

P. Paréceme que los protestantes han tenido poderosos motivos para separarse de la Iglesia Romana, que, a decir verdad, es un nidal de enormes abusos. ¿Podréis negarlo?
R. Empezaré por contestaros que, aun dando de barato que los abusos hubieran sido o fueran en el día en la Iglesia, mil veces más de lo que pretenden los protestantes, con todo, no por esto quedaría justificada su rebelión o apostasía. Desengañémonos: la rebelión es siempre rebelión; y aquí se trata de rebelión contra Jesucristo y su Santo Evangelio. En segundo lugar, os diré que una cosa es que haya abusos en la Iglesia, y otra cosa es que estos deban llamarse abusos de la Iglesia. La Iglesia ha condenado siempre los abusos: y en cuanto ha estado o está a sus alcances, ha procurado desarraigarlos. Os contestaré por último que una gran parte de lo que los reformados llaman abusos son en realidad, o verdades de fe que ellos niegan, o prácticas muy santas admitidas desde la más remota antigüedad.
P. Bien, bien: convengo en que será un poco exagerado lo que dicen los protestantes; pero vamos, también hay algo de verdad. Por ejemplo, ¿eso de vender las indulgencias no es un abuso de los más enormes? ¿No es una profanación sacrílega de la Sangre del Redentor? Pues bien, este vergonzoso comercio se hacía en nombre del Papa antes de la Reforma: ¿no es verdad?
R. No os negaré que el comercio de las indulgencias es, sin duda alguna, un abuso enorme y una verdadera profanación de la Sangre del Salvador. Mas lo que sí os negaré abiertamente, es que este vergonzoso y sacrílego tráfico se haya hecho jamás consintiéndolo, ni mucho menos aprobándolo, el Sumo Pontífice; y desde ahora reto a todos los protestantes, a que me lo prueben. Y para ceñirnos a la época de la malhadada Reforma, el Papa en aquel entonces invitaba a los fieles a que concurriesen con sus limosnas a sufragar los gastos inmensos que ocasionaba la reedificación de la Basílica de S. Pedro en Roma. Para excitarlos, y para que les sirviera de aliciente, no estando en su mano hacer otra cosa, les concedía indulgencias; de la misma manera que, aun ahora, se conceden para incitar a los fieles a contribuir con alguna limosna semanal a la hermosa obra de la propagación de la fe, a la de los niños chinos, o a otras por el estilo. ¿Y quién se atreverá a decir que esto sea un tráfico, un comercio de indulgencias? Sabéis donde estuvo el abuso? Estuvo en algunos de entre los cuestores, a quienes se había dado el encargo de publicar las indulgencias en los diversos países de la cristiandad y de recoger las sumas que fueran ofreciendo los fieles. Aquellos sí, que abusaron de su comisión, y causaron grave escándalo entre los verdaderos católicos: y por esto es que el Santo Concilio de Trento abolió dicho cargo de cuestor.
R: Claro que sí, aquí está la traducción:
P. Sea en buena hora como vos decís; ¿mas no eran ya un abuso, y muy grande, las mismas indulgencias que se concedían? ¿Cómo es eso? Otorgar la remisión de la culpa y de la pena, conceder la absolución de todos los pecados pasados y futuros, a quien hubiera, por ejemplo, pagado un duro, o emprendido una romería, o visitado tal o cual Iglesia! ¿Quién podrá negar que esto no sea uno de los mayores abusos? La indulgencia en tiempos antiguos, nunca fue más que la remisión de las penas canónicas impuestas por la Iglesia, pero no el perdón de los pecados delante de Dios.
R. ¿Qué estáis ahí hablando, amigo mío? Por lo visto, no sabéis decir de las indulgencias sino lo que habéis oído propalar a los impostores de profesión, o a gente ignorante. Es una novedad muy grande decir que la indulgencia consiste en la remisión de la culpa y de la pena. Jamás los Pontífices han pensado siquiera en conceder indulgencias de esta clase. Lo único que conceden es la remisión plenaria o parcial de la pena temporal que debe sufrirse ante Dios, después de haber alcanzado el perdón de la culpa y de la pena eterna cuyo perdón sabéis que no se obtiene por medio de indulgencias, sino tan solo por medio del Sacramento de la Confesión. Y notad de paso, que la remisión que conceden las indulgencias no se alcanza sin estar bien dispuesto interiormente, y en estado de gracia; y aun así, es menester cumplir ciertas condiciones de obras piadosas que compensan en algún modo la deuda de la pena temporal que todavía debiera pagarse. En cuanto a lo que decís, de que se concede el perdón de los pecados cometidos y por cometer, esta es otra de las innumerables calumnias tontas e insulsas que han inventado los herejes contra la Iglesia. No, señor; no se perdonan los pecados; sí solo las penas temporales. Decir finalmente que las indulgencias no son más que la remisión de las penas canónicas que imponía la Iglesia en sus primeros tiempos a los penitentes, es uno de los mayores desatinos, completamente desmentido por los antiguos, quienes enseñan que por medio de la indulgencia quedaban los fieles libres de las penas de sus pecados ante Dios, o como ellos se expresan, en el cielo. Afortunadamente existen todavía las obras de Tertuliano y de San Cipriano; y todo el que quiera puede leer en ellas lo que dicen a este propósito, aquellos Padres de la Iglesia.
P. Me habéis sacado ya de la cabeza algunas ideas que, según voy viendo, eran muy equivocadas; pero con todo, no deja de ser cierto lo que dicen los protestantes; esto es, que la misma facilidad de ganar indulgencias enfría el espíritu de penitencia y debilita el afán y el deseo de hacer buenas obras y de ejercitarse en la virtud. Y esto, a decir la verdad, lo concibo yo muy bien, porque el que puede, por ejemplo, ganar doscientos días de perdón con solo besar la cruz que está colocada en el centro del Coliseo de Roma, o ganar indulgencia plenaria visitando esta o aquella iglesia y rezando algunas oraciones, a buen seguro que no se tomará la molestia de hacer penitencia: pecará, y luego acudirá al medio conocido; y así es como queda abierta la puerta a todos los excesos. De esta objeción sí, que no os desentenderéis tan fácilmente.
R. Lo mismo que de las demás. En primer lugar, os haré observar que estas palabras suenan muy mal y son un verdadero absurdo en boca de los protestantes: porque, ¿cómo pueden ellos hablar de penitencia, cuando la aborrecen más que el perro a la víbora? ¿Cómo pueden hablar de ayunos, cuando ni siquiera de nombre los conocen? ¿Cómo se atreven a hablar de buenas obras, cuando nos vienen predicando su inutilidad para la salvación? Además, es ridículo hasta lo sumo, en boca de los reformados, decir que las indulgencias convidan a pecar, cuando ellos abren de par en par la puerta a todo género de pecados y de vicios, esparciendo la máxima de que basta tener fe para alcanzar el perdón de toda culpa. Según ellos, Dios mismo es el autor de nuestros pecados; según ellos, es imposible de todo punto observar los mandamientos del Señor; ni quieren conceder al hombre el libre albedrío, reduciéndole a una hermosa máquina, o mejor dicho, a un tronco o a una estatua de sal, que peca por necesidad. ¿Qué tal? No es cosa de risa ver que hombres de semejantes ideas echen en cara a los católicos que con los perdones autorizan a los fieles para pecar más a sus anchuras. Pero, para que conozcáis mejor su injusticia, os diré que si los protestantes supieran qué condiciones se requieren para ganar las indulgencias, en especial las plenarias, de fijo que no osarían hablar como hablan. Para ganar las indulgencias, se requiere el estado de gracia, el arrepentimiento y vivo dolor de las faltas propias, el propósito de no volver a cometerlas; y todo esto todavía no es bastante; pues generalmente se requiere además la confesión, la comunión, oraciones, limosnas, etc., etc. Decid a los protestantes que hagan todo esto, y luego podrán ir, si gustan, a besar la cruz del Coliseo, con lo que también ellos ganarán los perdones.
P. Veo que me dejáis siempre sin salida. Pero vamos, ¿qué diremos del otro abuso muy enardecido, quiero decir, del dinero que se envía a Roma? Ello no hay que darle vueltas: en Roma todo se paga. Se paga por las dispensas matrimoniales, se paga por los beneficios eclesiásticos, se paga por las dispensas de edad, se paga por los oratorios privados, se paga…. Pero ¿qué no se paga en Roma?
R. Vamos a ver, hijo mío, no hables así de Roma. En Roma se paga lo que se debe pagar, como en cualquier otra ciudad. Los bienes de la Iglesia son sagrados y nadie puede pretender obtenerlos sin una justa compensación. Si el Papa exige dinero por una dispensa, es porque debe mantener a su clero, levantar edificios sagrados, socorrer a los necesitados, y su corte no puede subsistir sin un ingreso regular y constante. Y si hay en Roma algunos malhechores que venden a precio de oro las indulgencias y abusan del crédito de la Iglesia, no por eso se debe condenar a toda la ciudad, ni por eso debe despreciarse el valor de los perdones. Conoced, pues, que la Iglesia no está exenta de malos sacerdotes, pero esto no quita su esencia y su misión de ser el camino para la salvación de las almas.
P. Bien, padre, comprendo que debo estar equivocado, porque lo que decís es muy cierto. Pero todavía tengo algunas dudas que quisiera que me aclararais, si no es mucha molestia.
R. Por supuesto, hijo mío, estaré encantado de ayudarte. Pregúntame lo que quieras.
P. Lo que quisiera saber, padre, es esto: si los protestantes no tienen la verdad, y si la Iglesia Católica es la verdadera, ¿cómo se explica que haya tantas herejías y abusos en la Iglesia, y que tantos malos sacerdotes cometan escándalos y abusos?
R. Esta es una pregunta muy delicada, hijo mío, pero te responderé con la verdad. Es cierto que en la Iglesia se cobran ciertos impuestos o donaciones por los servicios que se brindan, como las dispensas matrimoniales, los beneficios eclesiásticos y otros. Sin embargo, esto no significa que se esté “comprando” la salvación o los favores divinos. Es importante entender que estos impuestos o donaciones son necesarios para sostener la labor de la Iglesia y permitir que pueda seguir brindando servicios espirituales y materiales a la comunidad. Además, es importante mencionar que la Iglesia ha tomado medidas para evitar que se abuse de esta práctica. Por ejemplo, se han establecido límites claros en cuanto a las cantidades que se pueden cobrar y se han prohibido ciertas prácticas abusivas del pasado, como la venta de indulgencias. En definitiva, lo importante es tener un espíritu de generosidad y apoyo a la Iglesia en su labor de servicio a los demás, pero siempre manteniendo la transparencia y la honestidad en las prácticas financieras.
R. Pero es bueno que sepáis que precisamente en Roma son mucho menos pagados los abogados y los empleados de lo que suelen serlo en todos los países del mundo. Pero sed vos mismo el juez: ¿Roma no sirve a todo el mundo? Sin contar la Penitenciaría, hay en aquella capital quince o veinte Congregaciones más, ocupadas en dar curso a los negocios de la cristiandad. Ahora bien; para que estas congregaciones estén cual corresponde, se necesitan muchos hombres doctos, prácticos, inteligentes y versados en el manejo de los asuntos; y todos estos no viven solo del aire del cielo ni andan en cueros, sino que deben tener sus alimentos, casa y criados, ni más ni menos que los protestantes. Esto supuesto, ¿de dónde os parece que deben salir las sumas para pagar los sueldos de tantos oficinistas y empleados de la Iglesia? Del Estado no es regular; porque no deben los solos súbditos del Papa mantener a los que sirven a toda la cristiandad. Por consiguiente, no le queda otro medio al soberano Pontífice para acudir a tantos gastos indispensables, que exigir estas sumas a todos los que piden a la Santa Sede gracias y favores, sea cual fuere la nación a que pertenecen. Lo más admirable, por el contrario, es que con las cortas cantidades que entran en Roma, se pueda atender a todo lo necesario.

 


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